Sheinbaum: entre el bótox, la política y la vigilancia estética

El escrutinio sobre la apariencia de Claudia Sheinbaum no es superficial ni aislado: forma parte de un entramado más amplio de violencia política de género. En una cultura donde el cuerpo femenino sigue siendo un dispositivo de control, lo estético se convierte en arma para deslegitimar la autoridad de las mujeres que llegan al poder.

Paula Pissaco 25-04-2025 / 09:46:40





No es nuevo que se opine sobre la imagen de las mujeres en el poder, pero lo de Claudia Sheinbaum tiene algo particular: nunca antes habíamos visto cómo una presidenta es juzgada con la lupa de los cuidados personales. Desde que asumió el cargo, su apariencia ha sido tema de conversación nacional. No por cómo representa al país, sino por cómo se ve. Su cabello, sus dientes, su ropa, su edad, y ahora, su presunto uso de bótox, han sido puestos en el centro del debate. Como si la estética tuviera más relevancia que la política pública.


Y no, esto no es una discusión legítima sobre austeridad. Lo que se esconde detrás de la supuesta crítica es violencia estética: esa forma tan común y tan peligrosa de violencia política de género que convierte el cuerpo de las mujeres en blanco constante de juicio, sospecha y ridiculización. No es una anécdota: es un patrón.

En los últimos días, el tema estalló en redes sociales bajo el absurdo trending topic “bótox del bienestar”, donde miles de usuarios usaron el rumor sobre un supuesto procedimiento estético como excusa para desatar una ola de ataques misóginos y clasistas contra la presidenta. En su video “No es bótox, es violencia estética”, la comunicadora Arlín Medrano desarmó esta narrativa y la nombra por lo que es: una forma de violencia política de género que busca deslegitimar a las mujeres en el poder a través del control estético.


Y mientras tanto, el silencio. ¿Dónde están muchas de las voces que suelen salir en defensa de los derechos de las mujeres cuando lo que se ataca es la cara de una presidenta? ¿Por qué cuesta tanto nombrar esta violencia cuando no encaja en el molde del feminismo cómodo, académico o institucional? La violencia estética se vuelve invisible cuando incomoda a las propias estructuras de poder simbólico. Incluso en sectores que se dicen progresistas, el juicio estético aparece con disfraz: la burla que se ampara en la “crítica legítima”, el sarcasmo que se vende como ironía política. Como si el cuerpo de una mujer con poder fuera siempre terreno disponible para desautorizarla, incluso desde quienes deberían estar del mismo lado.


Esta violencia no se limita a la presidencia. Afecta a todas las mujeres que se atreven a ocupar el espacio público desde su identidad, su cuerpo y su autonomía. Basta ver lo que ocurrió con Altagracia Gómez Sierra, coordinadora del Consejo Empresarial de la presidenta, a quien los medios prefirieron enfocar por su vestido antes que por su visión económica.

Y más recientemente, el caso de María de Lourdes Ríos Ramírez, candidata a jueza penal en Chihuahua, quien fue duramente criticada en redes sociales por su forma de vestir durante el inicio de la campaña electoral judicial. Los comentarios no se centraron en sus propuestas o experiencia profesional, sino en su físico. Su respuesta fue contundente: “Yo no me sexualizo, la gente es la que me sexualiza”.


La reacción frente a las mujeres en el poder —y especialmente frente a sus cuerpos— no es casual ni coyuntural. Las derechas, históricamente, han instrumentalizado los mandatos de género como una herramienta política para controlar el acceso de las mujeres a lo público.


La violencia estética no está en el código penal, pero opera con una lógica de castigo perfectamente estructurada: si te ves “demasiado producida”, no eres seria. Si no te arreglas, no das la talla. Si te alisas el pelo, traicionás tu esencia. Si envejecés, perdés valor. Si rejuvenecés, sos superficial. El resultado es el mismo: hagas lo que hagas, nunca es suficiente.

A los hombres se les sexualiza también, sí. Pero desde el poder, desde el halago. A ellos se les compara con superhéroes, se les celebra el “porte”. A las mujeres se les examina, se les culpa, se les reduce. Porque mientras que el deseo hacia los hombres se convierte en capital simbólico, en el caso de las mujeres se transforma en sospecha.

Este no es un debate sobre bótox. Es sobre cómo se usa el cuerpo de las mujeres como excusa para impedirles gobernar. Sobre cómo se mide su legitimidad política por su apariencia. Sobre cómo lo estético se convierte en una trampa diseñada para que siempre pierdan, se acomoden o no al ideal.

Paula Pissaco