
Redadas en las calles y enredadas en la cancha
Mientras Aguirre elude su responsabilidad social y rehúye las protestas migrantes, Carlos Vela demuestra que llevar la playera nacional implica más que ganar partidos. Dos posturas antagónicas que revelan la crisis de identidad de un fútbol que olvidó ser herramienta de transformación social.
Justamente en la semana donde el gobierno de Donald Trump intensificó medidas represivas contra migrantes mexicanos, el "Vasco" Aguirre, técnico de nuestra selección, declaró: "No soy portavoz de los mexicanos, soy entrenador de la selección mexicana", mientras cambiaba el hotel del equipo en Los Ángeles para evitar las protestas contra las redadas. Curiosa postura para quien dirige un equipo que solo juega en EE. UU., gracias a las y los migrantes que llenan estadios.
En el otro extremo del campo está el "camarada" Carlos Vela, que prefirió retirarse de las canchas antes que someterse al circo mediático y que alzó la voz a contracorriente del Vasco: “Quiero expresar mi más sincero apoyo y solidaridad. Los inmigrantes en California son gente trabajadora que merece respeto. No están solos”. Dos formas de entender el fútbol —y la vida—.
Hubo un tiempo en que Aguirre se cargaba a la izquierda: en 1999 organizó un partido histórico entre veteranos y el equipo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ganándose el apoyo de figuras como Javier Zanetti. Sin embargo, el mismo hombre comparó al jefe de García Luna con Mandela y firmó pactos con televisoras para apoyar una guerra que nos hunde hasta hoy. Ese mismo hombre ahora se dice "apolítico". ¿Será que los años nos arrastran a la derecha? O peor aún: ¿el poder convierte a rebeldes en esbirros del régimen?
México necesita más Velas y menos Aguirres. Más Zanettis que usan su fama para causas justas y menos técnicos que eluden responsabilidad social. Dirán que solo es fútbol, pero se equivocan: es política. El fútbol no es solo un negocio: es un espejo de lo que somos como sociedad. Cuando la Selección huye de las protestas migrantes pero cobra millones por jugar en sus estadios, nos dice mucho sobre qué camiseta defendemos.
Ojalá algún día nuestros jugadores entiendan que llevar la playera verde es un privilegio político. Que detrás de cada gol hay un país que sufre y sueña. Y que, como demostraron los zapatistas, hasta un balón puede ser herramienta de transformación.
Mientras tanto, seguiremos extrañando a aquellos jóvenes idealistas que, antes de convertirse en contención de un sistema, creían que el fútbol podía cambiar el mundo.