Once contra once: la ilusión del equilibrio

Roberto Buenfil 16-04-2025 / 17:09:04





“En el fútbol todos empiezan igual: once contra once”. Es una de esas frases que suenan a justicia, a meritocracia, a orden natural. Como si bastara contar los jugadores para demostrar que el juego es parejo. Pero como tantas ideas que se repiten hasta parecer verdad, ésta también encierra una trampa.

La cancha es simétrica, sí. El reglamento es el mismo para todos. El árbitro pita con la misma fuerza para un equipo que para otro. Pero fuera de ese rectángulo verde, las cosas se tuercen: hay camisetas con más ceros en la espalda que goles en la temporada. Hay directivos que viajan en jet privado y hay juveniles que se duchan con agua fría. No todos los once son iguales, aunque tengan el mismo número.


El fútbol —como la política, como la economía— funciona con la ficción de la igualdad. Se nos dice que cualquiera puede ganar, que todo se decide en la cancha, que el talento es el gran nivelador. Pero la historia la escriben los equipos grandes, y los pequeños apenas si tienen margen para resistir, ilusionar y, de vez en cuando, romper la estadística.

Hay algo profundamente liberal en esta estructura: el supuesto de que la igualdad de condiciones es real porque hay reglas iguales para todos. Como si el contexto, el origen, el acceso a recursos o la historia no jugaran. Como si lo justo fuera simplemente que todos tengan derecho a patear el balón, aunque unos lo hagan con tacos de oro y otros descalzos.


Sin embargo, el juego sigue siendo hermoso. Porque a veces, solo a veces, David le mete un gol a Goliat. Y cuando eso pasa, se nos enciende algo adentro. Algo que nos recuerda por qué seguimos creyendo, por qué seguimos yendo al estadio, por qué gritamos como locos cuando el débil marca un tanto.

Tal vez, en el fondo, el fútbol no nos da igualdad, sino esperanza. Y en un mundo tan inclinado, eso ya es mucho