México y yo: a un año de la victoria

Estoy por descubrir qué me ata a México. Ya me dirán ustedes, aunque yo tengo algunas sospechas. No es una atadura sentimental de la cual podría hacer una catarsis –digo, ¡podría hacer varias!– pero no va por ahí. Parece más existencial: México me existe y creo que parte de mí existe en México. Cosa rara que pude haber extirpado, casi inconscientemente, de Kierkegaard. O es, al menos, un cliché en investigación, porque juro que nunca entendí esa de que «la vida puede ser entendida hacia atrás; pero solo vivida hacia delante». Yo he vivido con México en retrospectiva.

Pedro Jorge Velázquez 26-05-2025 / 11:02:19

CRÓNICA


Aquel día bajamos por el caos común de la ciudad capital y vi una banderona inmensa a la cual le quise hacer la típica foto de turista que acabará en una story de Instagram; mientras Daniel, al volante, me hablaba de la nube de contaminación que rodea la ciudad, por lo cual él se va a otro Estado cada cierto tiempo a respirar “aire puro”, si es que eso existe. Creo que nunca subí la foto.

No sé.



Había pasado mil percances para que la embajada de México en Caracas –sí, yo me encontraba en Caracas en una de mis tantas locuras– me atendiera y me expidiera la visa de turista. No era tan fácil porque soy cubano; y ser cubano es un misterio circunstancial que casi siempre genera problemas. Ya pa colmo: “cubano en Venezuela”. ¡Muy sospechoso!



Pues te digo la verdad, asere: ¡qué genial que sea así! Cuba es una nación que existe para incomodar: se puede entender o no, se puede defender o no; pero nosotros no vamos a dejar de asumirlo. Me permito, de vez en cuando, algún chovinismo para que no se atrevan a putearme el santo.



Me pedían como requisito demostrar miles de dólares en un banco internacional para poder conocer México: y yo ni tenía los miles de dólares, ni como cubano –a ver si se enteran que estamos en una loca lista de países patrocinadores del terrorismo– puedo tener cuenta alguna en un banco internacional. Lo único que sí tenía era ganas de conocer México; pero con las ganas muchas veces no alcanza y para los protocolos migratorios yo era/soy/seré un posible emigrante.



Pero siempre los santos ayudan –por eso no dejo que me los puteen– los de México y los de Cuba, los cristianos y los yorubas. ¡Vaya, rimó!


Porque los santos saben alinearlo todo.

¿Qué les puedo contar? Pa un cubano no hay otro camino que la victoria, conseguirla es una cuestión de sobrevida: esa bien la hemos aprendido. Y desde una oficina federal del Estado Mexicano enviaron una solicitud expresa al embajador de México en Caracas para que expidiera mi visa puesto que era importante mi participación en las elecciones del 2 de junio del 2024. No entraré en detalles, pero fue más suerte que otra cosa; así que descarten todo ese discurso épico de la victoria que acaban de leer. Sorry!



Solo sabrán los santos qué habrá dicho aquella carta que hasta la embajada accedió a cubrirme el costo de la visa. Me lo comunicaron y yo respondí: «Órale, qué bien!», pa ir calentando la jerga.



Y nada.



Así pasó.



«Así fue» (Juan Gabriel, 1988).



Pero como nada es perfecto, la visa salió un día después de mi vuelo y tuve que comprar otro boleto, por lo cual me endeudé varios meses en Caracas. Pero mayor deuda hubiese tenido conmigo mismo si no iba, aun bajo sospechas de posible emigrante, a México.


* * *


Quizás el retrato más presente de mi vida es el de mi abuelo Pedro –del cual heredé mi primer nombre– sentado en un taburete viejo que todavía se usa en la histórica casa familiar, pegado a un radio soviético escuchando «De México: sus canciones»; un espacio a las 18:00 horas que tiraba rancheras, corridos, boleros, Vicente Fernández, Paquita la del Barrio, los Tigres del Norte, Ana Gabriel, José Alfredo Jiménez...¡baf! Puras joyitas.


Y yo ahí, desajustándome los tenis después de jugar el fútbol de todas las tardes en el estadio del pueblo y echándome unas rolas que ya me sabía de memoria, no por preferirlas; sino porque las escuchaba todos los días de mi vida, mientras empezaban a llegar los mosquitos del atardecer tropical. Y pues, como una picada de aquellos mosquitos, esas canciones ya eran parte de mi banda sonora.


Se cree que en Cuba se escucha mucha trova y mucha salsa. Tener un gran movimiento de trova y ser –no puedo insertarme en este debate ahora– «el país de la salsa» –¿lo somos, no?– crea esos estereotipos. Y sí, se consume; pero poco se cuenta que en el interior del país se escucha, sin tequila y sin mezcal, mucha música mexicana: a puro ron cubano, barato y de contrabando.


Tanto así que hay varios grupos en Cuba que se nombran parecidos a las grandes bandas mexicanas. En mi pueblo, Guayos, ubicado en la región central de la isla, todo se paralizaba cuando tocaban los «Ecos del Norte», una banda que traía todos los corridos y rancheras de los Tigres del Norte y de otras grandes.


Ahí iba todo el pueblo frente a la tarima, mi familia incluida, y este pendejo bien cerca de su madre notaba cuán emperifollada se ponía la doña, con más colorete de la cuenta y un sombrero tejido, pa coquetear desde el público con alguno de los cantantes mientras los “machos de la familia” se arrimaban a empujones a la pipa de cerveza subsidiada que ponía el Estado para la fiesta del pueblo.


Pero también está el cine mexicano: Pedro Infante, por ejemplo, que vino varias veces a Cuba y llegó a decir: «En ninguna parte puede haber más generosidad, más entusiasmo que en Cuba» y se especula, incluso, que tuvo algunos encuentros con Fidel Castro cuando este tenía menos de 30 años y radicaba en México, recién exiliado. Y Jorge Negrete, quien canta con esa voz «Cuba de mi vida». ¡Temazo por cierto! Vayan a escucharla ahora mismo; pero primero terminen de leerme que se enteran de más cosas.


¿Y si les cuento que María Félix en La Habana salvó a un fan que, sabiendo que estaba sentenciado a muerte, le pidió en una carta que mediara por él? La historia es sencilla: el entonces presidente Carlos Prío le dijo –seguro en la típica actitud de machirulo con poder– que pidiera lo que ella quisiera, y ella solo pidió salvar a aquel cubano de la pena de muerte. Lo cual fue ordenado inmediatamente a los militares.


Y Cantinflas...a ver cómo lo explico: Cantinflas en Cuba es un ídolo popular, una especie de héroe mexicano que marcó la vida de una generación con sus chistes y sus ocurrencias.


Además, porque tuvo un romance con la vedette cubana más hermosa de la historia: la Rosita Fornés. Me imagino el peligro que supuso para Mario Moreno conquistar a una cubana. Realmente no me lo imagino: bien lo sé. ¡Candela!


* * *


Ahora tiremos de la historia.

México fue el primer país del mundo que reconoció la República en Armas (primer ejército cubano que se alzó contra la colonia española) por lo cual Carlos Manuel de Céspedes –el Padre de la Patria e iniciador de las luchas anticoloniales en Cuba– envió una carta histórica a Benito Juárez.


Por su parte, José Martí (Héroe Nacional de Cuba), poeta y organizador de la “guerra necesaria” sentía una brutal admiración por Miguel Hidalgo, de quien llegó a escribir: «Vio a los negros esclavos, y se llenó de horror.


Vio maltratar a los indios, que son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien: la música, que consuela; la cría del gusano, que da la seda; la cría de la abeja, que da miel. Tenía fuego en sí…».


También la última carta de Martí, dos días antes de morir en combate en 1895, la envió a su amigo mexicano Manuel Mercado, allí le dice algo que es considerado su testamento político: «De impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso(…) Viví en el monstruo y le conozco las entrañas».


Espera que hay más.


En México, como mismo mataron a Trotsky –y por cierto, su asesino, Ramón Mercader, vivió sus últimos años y murió en Cuba– también asesinaron unos años antes a Julio Antonio Mella, el líder estudiantil que había fundado el Partido Comunista de Cuba del cual luego fue expulsado por sus ideas y prácticas contestarias.


Mella era un sex symbol comunista que la fotógrafa italiana Tina Modotti no dejó escapar: tuvieron un romance en ciudad de México, lo fotografió desnudo y luego, al ser asesinado, plasmó su última imagen en el ataúd. «Muero por la Revolución», había dicho Mella antes de morir.


Y por si fuera poco, México fue el lugar donde Fidel Castro preparó la expedición de un pequeño yate conocido como Granma que saldría por todo el Mar Caribe, con algunas armas y unos cuantos hombres, hacia las costas del oriente de Cuba: con el único objetivo de armar una pequeña guerrilla en la Sierra Maestra. El resto es historia. ¡Y vaya historia!


¿Entienden esto? México fue el lugar donde se reúnen por primera vez las tres grandes figuras de aquello que vino a llamarse Revolución Cubana: Fidel Castro, Ernesto "Che" Guevara y Camilo Cienfuegos.


* * *


— Tú vas hacia Itztapalapa –me ordena la guía de los observadores internacionales el día 2 de junio– porque como eres periodista quiero que aproveches y entrevistes a Evo Morales que va en ese grupo.


La tarea fue cumplida. No puedo ir de indisciplinado todo el tiempo. No conocía a nadie en aquel grupo, pero hice la entrevista al expresidente Evo y luego pasé por algunos de los colegios abiertos en aquel distrito en mi rol de observador internacional. Era mi primera vez, no sabía bien qué hacer; pero hacía preguntas como un desquiciado de la verga. Así que no debo haberlo hecho tan mal.


También recuerdo el deseo que tenía de hacerme fotos: ¡nada raro en mí! Y ya verás de tal tiro mi suerte que la guía de mi grupo era una chica muy cordial que, por bendición de la Virgen de Guadalupe, era fotógrafa. Y ahí la convencí de hacerme algunas para luego publicar. Pose, pose, clic, clic, y ahí están en mi perfil de Instagram trayéndome ciertas nostalgias.


Más tarde, fuimos a conocer a Aleida Alavez Ruiz: candidata aquel día, hoy alcaldesa de Iztapalapa. Recuerdo su alegría por el proyecto que llevaban en ese lugar en función de la gente más humilde, y que ella quería ampliar como continuidad del trabajo que ya había desarrollado Clara Brugada (hoy gobernadora de la Ciudad de México).


Mil veces había escuchado de las «Utopías» de Clara Brugada. Mis amigxs de izquierda no hablan de otra cosa; pero yo no conocí una hasta meses después, y ya ni sé si esa historia quepa en este texto. De hecho, no. Pero gracias México, por esas utopías que no podemos dejar de sostener.


Aleida me contaba que su nombre es referido a la guerrillera cubana Aleida March (esposa del Che Guevara) mientras, con aquella risa pícara, sacaba un poquito de mezcal y nos brindaba un trago, en plena jornada, a pesar de la "ley seca". Confieso que ya de una me fascinó porque era bien pinche rebelde, como la Aleida que lleva dentro. La rebeldía, como la resistencia, es para toda la vida.


Aquel día se fue como un zepelín. Grabé algo para mis redes sociales con unos chicos que eran lo máximo, pero de pronto ya era de noche. O editaba o vivía la fiesta de la victoria de Claudia Sheinbaum.


Solo me desvié un rato para ir a la sede de La Audiencia, justo el medio donde me están leyendo ahora y que no me paga esta publicidad. Fui invitado por el equipo a comer los dulces más azucarados de ciudad de México, pasear la sede como turista y grabar una entrevista que nunca salió. Seguramente porque ellos tampoco querían editar y perderse la fiesta. ¡Los perdono, banda, jaja!


Y de ahí, al Zócalo, con el grupo de observadores internacionales. Bueno, eso debía, pero no lo hice. Me desvié y me lancé a las calles solo, ni sabía por donde estaba caminando, pero necesitaba vivir con la gente aquella felicidad. Solo, yo, por las calles de una ciudad desconocida. Justo lo que mi madre me dijo toda la vida que nunca hiciera.


Había en las calles un pueblo cruzado por la emoción. Recuerdo bien que sostenían sus banderas como para que no se las fueran a arrebatar nunca. Llevaban réplicas de la banda presidencial, imágenes de López Obrador y de Sheinbaum, sombreros mexicanos, camisetas con frases chidas: «Nacos, nacos, pero nos chingamos al PRIAN», altoparlantes para las consignas y bocinas con rancheras.


Pasé dos o tres horas frente al búnker de Claudia Sheinbaum con la militancia de Morena gritando como uno de ellos: “¡es un honor estar con Claudia hoy!”, se bailaba salsa y se cantaban algunas canciones de Silvio Rodríguez, justo antes de irnos al Zócalo para escuchar el discurso de la victoria de Claudia, una victoria histórica por más de 30 puntos sobre la derecha, una victoria definida por el poder popular que AMLO confirió, la atención prioritaria a los pobres y la transformación de las conciencias, sin lo cual no hay futuro en el proyecto social.


Allí, en el Zócalo, la gente sonreía y lloraba al mismo tiempo: estaban tomando por asalto ese futuro.


¿Era el final de la noche? Noooo, había que terminar borrachos como mandan los cánones, celebrando en grupo en casa de una amiga, fumándonos un puro Cohíba guardado por varios meses –de La Habana a Caracas y de Caracas a México– y hablando de toda la metatranca intelectual posible. No pagué ninguna cerveza. Pero hago constar que me ofrecí.

Al marcharme a mi hotel era de día.


* * *


Meses después, regresé a México. No sé ni sabré nunca cómo terminé invitado a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum en el Honorable Congreso de la Unión. Hay quien dice que me lo merecía. Prefiero creer que no; es más épico pensar que fue de esos azares de la vida que no se esperan, ni se explican, ni se olvidan, ni se repiten: como un feeling no elegido, como un pequeño beso robado, como casi todo lo que me ha pasado con México hasta hoy.


Pero ahí guardo ese sobre oficial con mi invitación y el número de mi asiento en el palco, el cual nunca respeté porque me lo pasé parado, caminando de la ansiedad, por estar viendo con mis propios ojos a AMLO y a Claudia juntos, unidos en un mismo grito, en un mismo abrazo y en un mismo puño levantado. Era el momento más bonito que México podía regalarme. Y eso que casi no nos hemos conocido.