Maternar es político, no poético

Me enteré que iba a ser mamá dos días después de que se murió la mía. Así, sin prólogo, ni interludio. La noticia de la vida nueva justo encima de la muerte. Yo en otro país, lejos, sin haber llegado ni al velorio, porque en mi familia decidieron hacerlo rapidito, expeditivo. No sea cosa que vaya a doler más si lo pensábamos mucho. Viste cómo es.

Paula Pissaco 10-05-2025 / 10:15:29

En ese contexto, medio tragicómico, se me plantó una idea de algo que todavía me sigue haciendo ruido: para ser madre, hay que dejar de ser hija. O al menos, un poco.


Recién mudados de ciudad con mi compañero, en un país nuevo, sin conocer a casi nadie en la gran ciudad, sin amigas ni tribu cerca, parí a mi hijo y, junto con él, a mi misma otra vez. Pude llorar y extrañar sin culpa a mi mamá. Y empecé a dudar de esa idea auto implantada de que ser madre es dejar de ser hija, y casi sin querer empecé a hacer cuerpo la idea de la contradicción permanente.


Porque eso es lo que no te dicen de la maternidad: que no se trata de reemplazar roles, ni de romantizar. Se trata de convivir con lo que ya no está y con lo que está naciendo, todo al mismo tiempo. De sostener mientras te estás cayendo. De cuidar mientras te falta quien te cuidaba. De estar colapsada y agradecida en la misma frase. De llorar por tu madre y reír con tu hijo en el mismo momento. De maternar y maternarte.


La maternidad no te convierte en tu mamá. Te convierte en alguien que ya no puede pensar el mundo como antes. Y ahí está lo político. Porque maternar es estar en tensión constante entre lo que se espera de vos y lo que realmente podés dar. Entre la urgencia y el deseo. Entre lo que te piden que sacrifiques y lo que querés sostener.


Hace unas noches, por ejemplo, le dije a mi hijo algo que mi mamá me decía siempre: “Te disfruté tanto”. Yo nunca le entendía; ¿Por qué en pasado? ¿Qué disfrutaste? ¿Ya no? Se me salió casi sin pensarlo. Mi hijo, con cinco años de intensidad adolescente, no me hizo caso. Y yo me escuché. Y entendí.


“Te disfruté tanto” no es nostalgia. Es un conjuro. Es el modo en que una madre recuerda, de antemano, lo que va a extrañar. Porque sabés que ese hijo que tenés hoy ya no va a estar mañana. Va a ser otro. Y vos también. No es una frase heredada, sino una forma de nombrar eso que se escapa, eso que cambia, eso que duele y también salva.


Y pienso que lo que hacemos las madres todo el tiempo es construir sentido en lo cotidiano, en lo que se rompe y se remienda, en lo que no entra en los grandes dilemas filosóficos ni en los rankings de productividad. Sara Ruddick lo llama “pensamiento concreto”: esa forma de pensar que no busca respuestas únicas sino que multiplica opciones, que no le tiene miedo a la ambigüedad y que, cuando alguien te plantea un problema con dos soluciones, vos preguntás por la tercera.


Y, sobre todo, porque maternar no es ni mágico ni poético. Es agotador, ambivalente, profundamente terrenal. No hay nada épico en despertarte cinco veces por noche ni en cuidar sin red. Lo que hay es cuerpo. Y decisiones. Y la necesidad urgente de que esas decisiones puedan tomarse libremente. Por eso la maternidad debe ser deseada o no ser, y esa elección tiene que estar garantizada como un derecho.


Y esa forma de pensar, de habitar el mundo, de poner el cuerpo, no es compatible con los márgenes en los que se mueve la política, ni el arte, ni la literatura cuando se escriben desde un cuerpo que no cuida, que no sangra, que no se pasa noches enteras dando teta. Que muchas veces, para que nos tomen en serio, las madres tenemos que fingir que no lo somos. Que no estamos escribiendo con una mano mientras con la otra sostenemos una leche o un berrinche. Pero lo estamos. Y eso no nos quita potencia. Nos da otra. Una que no entra en los papers ni en los premios, pero que es capaz de inventar formas nuevas de ver, de decir, de resistir.


Porque maternar también es eso: reescribir el mundo desde la contradicción, desde lo que no cierra, desde lo que sangra. Y quizás por eso, justo por eso, hoy que es el Día de la Madre en México, lo único que quiero decirle a mi hijo, mientras me abraza para dormirse, es lo mismo que me decía la mía, y que ahora entiendo perfecto.

Paula Pissaco