 
 El plan de destrucción sigue en Argentina: Milei gana, Trump manda
Contra todas las predicciones, Javier Milei logró un triunfo contundente en las elecciones legislativas argentinas.
Contra todas las predicciones (y buena parte de la realidad económica) Javier Milei logró un triunfo contundente en las elecciones legislativas argentinas. La Libertad Avanza, su partido, obtuvo cerca del 41% de los votos y se consolidó como la fuerza más votada del país. Aunque seguirá sin tener mayoría propia en el Congreso, el resultado le permitirá ampliar su bancada y sostener su agenda de reformas.
En los hechos, la votación funcionó como un plebiscito sobre su modelo ultraliberal y terminó ratificando lo que muchos analistas ya advertían: el plan de destrucción del Estado argentino sigue en marcha, y ahora con aval electoral.
Un ajuste que cotiza en dólares
Las elecciones también sirvieron como un termómetro del humor social después de dos años de ajustes, inflación y promesas incumplidas. Milei presentó los números como prueba de éxito: la inflación mensual cayó del 25% al 2%, el déficit fiscal se convirtió en superávit y el peso dejó de desplomarse, pero detrás de ese relato de “orden” hay una economía que se sostiene a base de recortes brutales. Los salarios se desplomaron, los jubilados sobreviven con lo justo, y el costo de vida sigue devorando los ingresos de las familias. Argentina se estabilizó en los papeles, pero se empobreció en la vida real.
Aun así, los mercados reaccionaron con euforia: el peso se apreció, los bonos treparon y los grandes fondos de inversión celebraron la continuidad del “experimento argentino”. Y ahí aparece el verdadero protagonista de esta historia: Donald Trump. El presidente estadounidense no solo felicitó a Milei por su victoria, sino que lo hizo con una frase que resume el espíritu del momento: “Ganamos mucho dinero con esta elección.” No fue un lapsus. Trump había respaldado al gobierno argentino con una línea de intercambio de monedas por 20 mil millones de dólares y con la compra de bonos argentinos por parte del Tesoro estadounidense.
Fue una jugada política, pero también financiera: Washington apostó a Milei y Milei devolvió el favor con obediencia. En este tablero, el verdadero arquitecto del “milagro argentino” no está en la Casa Rosada, sino en la Casa Blanca. Milei grita “¡Viva la libertad, carajo!”, pero su libertad depende de la Reserva Federal. El presidente argentino puede haber ganado las urnas, pero el proyecto que salió fortalecido le pertenece a otro país.
La oposición argentina sin brújula
El peronismo, bajo el sello "Fuerza Patria", fue la segunda fuerza con casi un 32% de los votos, aunque sin lograr capitalizar el descontento social. Axel Kicillof se perfila como el heredero natural del kirchnerismo, sobre todo tras su buen desempeño en la provincia de Buenos Aires, pero el movimiento sigue sin un relato que conecte con la nueva sensibilidad social.
Entre tanto, la alianza Provincias Unidas, que reúne a seis gobernadores de distintas tendencias, intenta romper la polarización, aunque con resultados testimoniales. Mientras la oposición debate su identidad, Milei administra el caos con narrativa. Su discurso contra la “casta” sigue funcionando porque no compite con proyectos alternativos, sino con silencios. Y mientras la oposición insiste en gestionar la nostalgia, el presidente se dedica a monopolizar la furia.
El modelo Milei: orden, castigo y obediencia
El mileísmo no se sostiene en sus logros económicos, sino en su capacidad para convertir la frustración colectiva en una identidad política. En un país donde la clase media se desmorona y la pobreza se cronifica, su discurso contra la “casta” y la “corrupción del Estado” suena menos como un ataque ideológico y más como una catarsis. Milei no propone un futuro: promete venganza. Y eso, en tiempos de hartazgo, puede ser más movilizador que cualquier programa.
En el fondo, esta elección confirmó que el plan de destrucción no es solo económico, sino cultural. Lo que antes se consideraba impensable (el desmantelamiento del Estado, la privatización de derechos y el desprecio por la empatía) hoy se presenta como sentido común. La austeridad se volvió virtud, la desigualdad se justifica como mérito y el ajuste se vende como patriotismo. Argentina normalizó el colapso, y lo hizo aplaudiendo.
La política argentina frente a su espejo
Más allá de los números, lo que dejó esta elección es claro: el plan de destrucción se revalidó. Milei ganó respaldo, Trump ganó influencia y la política argentina perdió otra oportunidad de reinventarse. Frenar este modelo no será cuestión de votos, sino de imaginación política porque lo que está en juego no es solo una economía: es la idea misma de país.
Si Argentina no logra reimaginar su futuro desde la raíz, el guion ya está escrito: lo dicta Washington, lo aplaude Wall Street y lo ejecuta un presidente que todavía confunde gritar con gobernar.
Imagen: Reuters
 
 