
El cáncer de ovario y el silencio que lo rodea: por qué necesitamos hablar más del cuerpo de las mujeres
Cada 8 de mayo, el mundo recuerda el Día Mundial del Cáncer de Ovario, una fecha que busca visibilizar una enfermedad que sigue siendo subdiagnosticada, silenciada y rodeada de desinformación.
Más del 75% de los casos de cáncer de ovario se detectan en etapas avanzadas. Este dato —repetido año con año por organizaciones de salud— no se debe únicamente a la complejidad médica del diagnóstico, sino también al silencio social que rodea a este tipo de cáncer, profundamente ligado al cuerpo de las mujeres y las identidades feminizadas. En México, se trata del tercer cáncer ginecológico más frecuente, solo por debajo del cáncer de mama y el cervicouterino. A nivel mundial, se estima que más de 300 mil personas son diagnosticadas cada año y que cerca de 200 mil mueren por esta causa, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.
Pero el problema no es solo médico. El problema también es cultural.
El cuerpo de las mujeres: territorio del tabú
Los síntomas del cáncer de ovario suelen ser inespecíficos: hinchazón abdominal, dolor pélvico, sensación de saciedad rápida o necesidad frecuente de orinar. Muchos de ellos se confunden con trastornos digestivos o estrés. Pero más allá de eso, durante décadas, los cuerpos de las mujeres han sido campos de batalla invisibles, donde el dolor crónico se normaliza, la menstruación se esconde y hablar de ovarios, úteros o ciclos menstruales continúa siendo un tabú en muchas sociedades.
El cáncer de ovario es un claro ejemplo de cómo el desconocimiento del cuerpo —fomentado por una medicina históricamente androcéntrica— cuesta vidas. A esto se suma la escasa inversión en investigación: a pesar de su letalidad, el cáncer de ovario ha recibido menos atención científica y mediática que otros tipos de cáncer. En Estados Unidos, por ejemplo, solo el 1.6% del presupuesto federal para investigación oncológica se destina a este tipo específico, de acuerdo con la Ovarian Cancer Research Alliance.
Morir no es perder
A menudo, los discursos públicos sobre el cáncer se visten de metáforas bélicas: “una lucha”, “una batalla”, “una guerrera”. Pero este tipo de lenguaje no solo es impreciso, sino también injusto. Morir de cáncer no es perder, y vivir con él no siempre se trata de combatir. Muchas pacientes y activistas han comenzado a cuestionar esta narrativa que, aunque bien intencionada, impone cargas simbólicas y emocionales sobre quienes enfrentan una enfermedad.
“Lo que necesitamos no es que nos llamen valientes, sino que nos escuchen antes de que sea demasiado tarde”, dice una de las pacientes entrevistadas por la campaña británica Ovarian Cancer Action, que este año busca que las personas reconozcan los síntomas desde etapas tempranas y exijan atención oportuna.
Avances, organización y redes de cuidado
A nivel internacional, existen esfuerzos que buscan cambiar el rumbo de este tipo de cáncer. Campañas como BEAT en Reino Unido (acrónimo de hinchazón, pérdida de apetito, dolor abdominal y necesidad de orinar) han demostrado resultados prometedores al aumentar la conciencia de los síntomas. En América Latina, organizaciones como Fundación CIMA o GIRE han puesto el foco en la salud sexual y reproductiva desde un enfoque de derechos, incluyendo la atención al cáncer ginecológico con perspectiva de género.
En México, aún falta mucho por hacer: acceso desigual al sistema de salud, estigmas en comunidades rurales, carencia de campañas de prevención y revisiones ginecológicas marcadas por violencia obstétrica o negligencia institucional.
Nombrar para prevenir
Hablar del cáncer de ovario es hablar de salud pública, sí. Pero también es hablar del derecho a conocer y habitar el cuerpo propio sin vergüenza, del acceso a diagnósticos oportunos, de una medicina que deje de tratar a las mujeres como excepciones y de una sociedad que no asuma que el dolor de una mujer es normal.
Este 8 de mayo, no se trata de “luchar” contra el cáncer. Se trata de exigir que deje de ser invisible.