
Donald Trump, premio Nobel de la O-paz-idad
Mientras algunos aún suspiran con nostalgia por los “días civilizados” del imperialismo con PowerPoint de Barack Obama, y otros insisten en vendernos a Donald Trump como el presidente de la paz porque “no empezó ninguna guerra”, los datos—esos malditos necios—dicen otra cosa. Spoiler: si Trump es la paz, el napalm es aromaterapia.
Durante su gobierno, Obama autorizó más de 550 ataques con drones. Nada para presumir, pero al menos en sus discursos lo maquillaba con referencias a la democracia, los valores occidentales y esa forma tan poética de matar desde el cielo. Pero luego llegó Trump, el showman de la metralla.
Más de 2,200 ataques con drones ocurrieron bajo su mandato, según Bureau of Investigative Journalism porque—para sorpresa de absolutamente nadie— Trump hizo lo que todo wanna be dicador haría: modificó las reglas para que ya no sea pública la información sobre los ataques con drones fuera de zonas de guerra oficiales. Así que, si antes sabíamos más o menos cuántas bodas, funerales o reuniones de periodistas fueron confundidos con “células terroristas”, ahora tenemos que calcular las muertes con base en los escombros, las vísceras y los reportes a medios locales en Pakistán, Yemen y Somalia.
Trump no solo aceleró el ritmo de asesinatos selectivos desde el aire, sino que también borró las huellas y apagó las cámaras. Todo en nombre de una supuesta “guerra más eficiente contra el terrorismo”, que, casualmente, implica menos rendición de cuentas, menos transparencia y más civiles muertos que luego son clasificados como “enemigos combatientes” posmortem—porque nada dice Estado de Derecho como reescribir la biografía de tus víctimas.
En medio del caos en Oriente Medio, Israel e Irán se lanzaron misiles y ataques aéreos desde el 13 de junio, con Israel bombardeando instalaciones nucleares y militares en Teherán, Natanz y Fordow, causando al menos 224 muertos iraníes y “decenas de heridos en ataques con misiles iraníes contra Israel, incluyendo 28 civiles”. El cese al fuego anunciado por Trump apenas duró horas: Israel “bombardeó un radar cerca de Teherán como represalia a lanzamientos de misiles iraníes tres horas después del inicio de la tregua”, mientras Teherán niega haber lanzado misiles y acusa a Israel de violar el acuerdo. La crispación escaló hasta volverse grotesca.
Donald Trump, eufemísticamente “furioso”, soltó un exabrupto en público y acusó a ambos de romper el frágil alto al fuego, dirigiendo una orden directa a su aliado: “Israel. Tranquilícense. ¡Basta de bombardear!” . Al mismo tiempo, desde su muro digital, tuitea que mantiene un ultimátum y advierte que “ya no está jugando”: exige la rendición incondicional de Irán, sospecha de cualquier negoción y, cuando se le pregunta si va a volver a usar fuerza, responde con ese tono pomposo que mezcla amenaza y reality show.
Y sin embargo, su culto insiste: “Trump no empezó ninguna guerra”. Técnicamente cierto, como también es cierto que un francotirador no necesita declarar una guerra para dejar un cementerio. Trump simplemente industrializó la muerte por control remoto, hizo outsourcing del asesinato, y luego blindó la operación con secretismo presidencial, como si la vida humana fuera un KPI más del Departamento de Defensa.
Así que no, Trump no es el presidente de la paz. Es el CEO del terror aéreo discreto, el tipo que convirtió el asesinato extrajudicial en una feature, no un bug.
¿Obama fue un criminal de guerra con carisma? Por supuesto. Pero Trump es el tipo que vio eso, y pensó que era un benchmark que podía superar.