¿De verdad es hipergamia o solo miedo a que las mujeres elijan?

Influencers, tradwives y teorías recicladas buscan convencernos de que las mujeres solo aman hacia arriba. Pero detrás de la palabra “hipergamia” se esconde algo más viejo (y más cómodo): el deseo masculino de seguir teniendo el control, sin poner demasiado.

Paula Pissaco 07-05-2025 / 12:39:19


“Su hipergamia no conoce valores y por otro te cambiará”. Con esta frase, Roro Bueno —la influencer española convertida en musa del movimiento tradwife— refuerza una idea tan antigua como misógina: que las mujeres, cuando eligen, lo hacen por interés. Y peor aún, que esas decisiones son casi siempre traición.


En sus redes, con estética cuidada y voz melosa, Roro romantiza una vida de sumisión voluntaria. Plancha camisas, hornea pasteles y encuaderna libros “para Pablo”, su pareja. Y mientras lo hace, difunde la idea de que toda mujer moderna, independiente o simplemente deseante es un peligro. La palabra clave: hipergamia. Un término que ha sido reapropiado por la ultraderecha digital para atacar a las mujeres que no se conforman, que aspiran a más, o que —horror de horrores— ejercen su libertad afectiva y económica.


Pero hablemos claro. La hipergamia no es una conspiración femenina. Es una estructura social profundamente arraigada en el patriarcado. Durante siglos se ha sostenido sobre la idea de que los hombres son el centro de la producción y el poder, y las mujeres, las encargadas de sostener el hogar y reproducir la fuerza laboral (y la cena caliente). En este esquema, ellos mandan y ellas cuidan. Ellos eligen, ellas aceptan. Y si se salen del guión, son juzgadas con el doble rasero de la moral patriarcal.


Las relaciones hipergámicas son esas donde la desigualdad no se disimula: el hombre tiene más dinero, más contactos, más autonomía, más voz. Y la mujer —aunque trabaje, aunque estudie, aunque quiera— sigue relegada a un rol de apoyo, de “complemento”. Aun si aporta económicamente, su ingreso es visto como “extra”. Nunca central, nunca decisivo.


Porque el poder, en estos vínculos, no se reparte: se administra desde arriba.

Hoy, la cosa ha cambiado, pero no tanto. La desigualdad salarial, la feminización del trabajo no remunerado y la presión social por “formar una familia” siguen ahí. En ese contexto, acusar a las mujeres de hipergámicas por querer estabilidad, respeto o una vida mejor, es como culparlas por respirar en un cuarto lleno de humo.


El auge del discurso de la tradwife y la supuesta “naturaleza femenina” se vende como elección libre, pero muchas veces es nostalgia maquillada de privilegio. Nos quieren convencer de que volver a los años 50 es revolucionario. Pero en esa versión de cuento retro, las mujeres cocinan, cuidan y callan mientras los hombres toman las decisiones importantes. Ellas se entregan. Ellos proveen. Todo “en nombre del amor”.


La trampa es evidente: mientras ellas perfeccionan su pan de masa madre, ellos refuerzan su poder económico, su control simbólico y su derecho a decidir sobre el cuerpo, la agenda y los deseos de sus parejas. ¿Y si ella quiere otra cosa? Ah, entonces es una desleal. Una cazafortunas. Una hipergámica sin valores.


Pero quizá lo que más incomoda de este discurso no es su falsedad, sino su miedo. Miedo a las mujeres que eligen. Que ya no se conforman con lo que les toca, que buscan relaciones equitativas, que se dan permiso de desear y de irse si no se sienten valoradas. Que deciden por ellas, no por ellos.

Y es aquí donde aparece la paradoja que nadie quiere nombrar: el hombre conservador que exige una mujer “tradicional”, sumisa, doméstica, que lo admire y le rinda pleitesía… pero al mismo tiempo es tacaño, emocional y económicamente. Quiere una esposa del siglo XIX con los gastos divididos por mitades en una hoja de Excel. Es el gato de Schrödinger del amor: quiere que ella esté en casa, pero que no dependa; que no salga, pero que sea autosuficiente; que lo atienda, pero que no le cueste. Qué conveniente.


Y sí, algunas se van. Cambian. Dicen que no. No por interés. Por dignidad.

Entonces, ¿de verdad es hipergamia… o solo miedo a que las mujeres elijan?

Paula Pissaco