
Cómo el CGI y el microondas, la IA podría no cumplir su promesa.
Ya lo dijo Marx: la historia del hombre es la historia de sus relaciones de producción, y casi siempre estas relaciones de producción han estado atravesadas por la tecnología.
Desde el momento en el que los primeros homínidos hicieron flechas, no hemos parado de hacer objetos para mediar nuestra relación con el mundo. Por “natural” que parezca nuestra relación con la tecnología, dicha dinámica tiene un par de rasgos problemáticos: el primero es que el capitalismo tecnocrático usa muchas de sus invenciones para tapar sus problemas y desentenderse de dar soluciones a corto plazo; el otro que muchas de estas tecnologías son introducidas al mercado con fallas que se esperan arreglar a futuro y eso no pasa siempre.
Pensemos en un problema cotidiano: el tiempo que invierten las personas en ir de su casa al trabajo y viceversa, (llamado commute en inglés). Buena parte de la población de la Ciudad de México invierte alrededor de dos horas diarias en dicho proceso, y normalmente la solución parece estar postergada por alguna clase de invento tecnológico: una nueva forma de tren, un carro volador, o incluso la teletransportación; pero la idea de conseguir oportunidades laborales cerca de donde vive la gente parece ser menos viable que el copiar cada una de nuestras moléculas y arrojarlas en orden a otro lugar. Foucault decía que en la edad media el cristianismo le sirvió a las clases en el poder para desentenderse de las necesidades de la población: “¿Tienes hambre y frío? No te preocupes, cuando mueras, en el reino del señor estarás comido y calentito”, el capitalismo tecnocrático repite la estructura: “¿estas agotado de hacer dos horas a tu casa? No te preocupes, ya viene el carro volador”.
Por otro lado, hay un montón de tecnologías que han llegado a la masividad con ciertos problemas, prometiendo una mejora a futuro. Cuando llegó el microondas en los 80, no calentaba la comida de forma uniforme, y lo que se cocinaba ahí no terminaba de saber o lucir como la hecha en un horno, ante esas críticas la respuesta era: “tienes que esperar, dentro de poco no necesitaremos hornos de gas, pronto llegará”. Eso nunca pasó, y ahora mismo el microondas es un aparato que sirve principalmente para recalentar comida. Algo similar pasó con el CGI (las construcciones de animación sobre actores grabados en pantalla verde). Ante las críticas por el poco realismo, la incomodidad de los actores y el costo, la respuesta fue la misma: “hay que darle tiempo y no podremos notar la diferencia, será baratísimo hacerlo”. Ya han pasado 20 años y no ha sido el caso, el “Mal CGI” ha sido un problema para LucasFilms y Marvel (en algunos casos regresando a maquetas reales) y el costo es tan elevado que muchas empresas quiebran al terminar un proyecto.
No me malentiendan, el capitalismo tecnocrático ha cumplido muchas de sus promesas: el internet se hizo más rápido, el teléfono inteligente es el eje de nuestras actividades cotidianas, etc. Pero hay muchas otras que no ha cumplido y que insiste en escondernos: los conciertos con artistas holográficos, el fax, las impresoras portátiles, el concorde, etc.
El boom de la IA nos ha vuelto a poner frente a una nueva promesa esperanzadora y apocalíptica en partes iguales. Podríamos todos perder nuestro empleo o, podríamos todos tener una manera más eficiente de hacer nuestro trabajo para tener más tiempo de ocio. Mi único llamado de atención es pensar en una tercera vía: puede que la IA nunca cumpla su promesa: que siga mintiendo, rompiendo códigos y haciendo manos humanas con 6 dedos; así como cuando calientas tu lunche y las lentejas están frías pero el arroz te quema.