
Chicharito, Temach y Dreyfus: masculinidades heridas, pero con modelo de negocio
Hace unas semanas, Chicharito volvió a ser tendencia. No por sus goles, sino por compartir en redes sociales un video donde instruía, con aire zen y mirada de coach motivacional, que las mujeres debían “encarnar su energía femenina”: limpiar, cuidar, nutrir. Todo muy siglo XXI… si viviéramos en 1925.
Las críticas no se hicieron esperar, incluso dentro de su propio club. Pero lo que reavivó el fuego fue la respuesta de El Temach, influencer del “modo guerra masculino”, quien salió en su defensa con un cálido: “sin miedo, mi compa”. Una frase simple, pero reveladora: entre machos, se entienden. Y más que una defensa, fue una señal de alianza ideológica entre quienes comparten algo más que seguidores: la nostalgia por una masculinidad incuestionada.
Bienvenidos al club de los gurús masculinos
El caso Chicharito fue solo una excusa. Lo que importa es el ecosistema donde estos discursos florecen.
Un ecosistema lleno de hombres con micrófonos, luces y supuestas certezas. Se presentan como coaches, mentores, filósofos de Instagram. Pero lo que venden es lo de siempre: la idea de que ser hombre es sinónimo de poder, control y superioridad.
Ahí está El Temach, con su manual de “cómo detectar si tu morra tiene pasado”. O de “cómo convertirte en un hombre alfa en 5 pasos”. Sus videos enseñan a leer a las mujeres como si fueran un algoritmo con bugs emocionales, y a blindarse emocionalmente… que es otra forma de decir “no seas vulnerable, nunca”.
Y más sutil pero igual de efectivo está Diego Dreyfus, actor convertido en guía espiritual y amigo íntimo de Chicharito. Su versión es más estética: combina discursos sobre el “centro”, el “yo auténtico” y la meritocracia emocional con un mensaje constante de reafirmación masculina.
¿Su propuesta? Que los hombres “recuperen su poder”. ¿La pregunta? ¿Cuál, Diego?
¿Qué venden realmente?
Detrás del discurso de “recuperar el poder masculino” se esconde un negocio cada vez más consolidado.
El modelo es simple: identificar el malestar de ciertos varones frente a un mundo que ya no gira en torno a ellos, ofrecerles explicaciones rápidas, y cobrar por ello.
El feminismo, la equidad de género y los cambios culturales han generado incomodidad en sectores acostumbrados a tener la voz principal. Lo que antes se vivía como norma —ser el proveedor, el que decide, el que no llora— hoy es cuestionado. Y en vez de acompañar esa transición con reflexión, empatía o diálogo, estos gurús de la masculinidad ofrecen atajos: respuestas simples para problemas complejos.
El discurso es atractivo porque no interpela ni exige transformación personal. No hay que revisar creencias, ni asumir privilegios, ni cuestionar el lugar propio. Basta con repetir el guion: el problema es ella, es el feminismo, es la “ideología”. Vos estás bien, el mundo es el que se equivocó.
Ese relato, además, es escalable. Por eso se convierte en contenido, en comunidad, en curso. La masculinidad herida se convierte en producto: se puede empaquetar, vender, monetizar. Hay libros, talleres, membresías, conferencias, asesorías personalizadas. Todo con promesa de éxito, liderazgo y “rescate de tu esencia viril”.
No es casual que los seguidores de Temach o Dreyfus sean jóvenes en búsqueda de certezas, o adultos desorientados por un cambio cultural que no entienden del todo. Lo preocupante no es que hagan preguntas. Lo preocupante es quiénes les están vendiendo las respuestas.
¿Por qué importa hablar de ellos?
Porque no son solo virales. Son formadores de sentido.
No son memes, son discursos que se cuelan en grupos de amigos, en relaciones de pareja, en el aula, en los clubes.
Y porque están hablando con chicos de 15, 18, 20 años. Chicos que están buscando referentes, respuestas, validación. Y que en lugar de encontrar conversación, encuentran combate. Una masculinidad que se arma para defenderse del diálogo.
Y mientras tanto, plataformas como TikTok o Instagram los premian con visibilidad.
Así que no, no es que estén "despertando". Es que se tomaron la red pill y ahora andan convencidos de que lavar un plato atenta contra su esencia viril. Creen que el feminismo les quitó el poder, cuando lo único que les pidió fue que le bajen tres rayitas al ego y aprendan a usar palabras como “empatía” sin convulsionar. Mientras tanto, los Temach, Dreyfus y compañía siguen facturando a costa del miedo masculino a quedarse sin aplausos, sin privilegios... o peor: ¡sin a quién explicarle por qué llorar es de débiles mientras pagan a 12 meses el curso de “ser alfa sin pedir permiso”!