
8M 2025: Por qué seguimos saliendo a las calles
El rugido colectivo vuelve a tomar las calles este 8 de marzo. Miles de mujeres marcharemos juntas, unidas por un grito que trasciende generaciones: la búsqueda de una igualdad real y tangible en un México donde seguimos enfrentando violencias sistemáticas.
Marchamos porque, a pesar de los avances legislativos, la realidad cotidiana en México sigue marcada por desigualdades estructurales que nos mantienen en posiciones de vulnerabilidad. Como afirmó Clare Boothe Luce, "la mejor protección de una mujer es un poco de dinero propio", y en México, una de cada cuatro mujeres carece de ingresos propios, dependiendo 2.2 veces más de terceros en comparación con los hombres. Por cada 100 pesos que recibe un hombre, una mujer apenas obtiene 86. Esta brecha económica no es solo un número; es una cadena invisible que limita nuestra autonomía y capacidad para escapar de situaciones de violencia.
Nuestro feminismo no puede ser selectivo ni excluyente. Marchamos por una mirada interseccional que reconozca que no hay una sola forma de ser mujer. Rechazamos categóricamente la transfobia y la criminalización del trabajo sexual. Un movimiento que no abraza la diversidad de experiencias femeninas está condenado a reproducir las mismas opresiones que pretende combatir.
La histórica marcha de 2020, con 80,000 mujeres solo en la Ciudad de México, marcó un antes y un después en nuestra lucha colectiva. Sin embargo, la violencia machista persiste implacable desde el acoso cotidiano hasta los feminicidios que siguen desgarrando familias enteras. El feminismo institucional ha apostado principalmente por soluciones punitivistas, pero necesitamos una justicia transformadora que ataque las raíces estructurales de la violencia, no solo sus síntomas.
A pesar de que el empleo en 2023 fue impulsado mayoritariamente por mujeres, seguimos subrepresentadas en espacios de toma de decisiones. Solo el 46% de nosotras participamos en el mercado laboral frente al 76% de los hombres. La paridad no puede ser meramente simbólica; exigimos una presencia real y efectiva en todos los niveles de decisión estatal.
El trabajo invisible de los cuidados —al que las mujeres destinamos 40 horas semanales frente a las 16 de los hombres— representa uno de cada cuatro pesos del PIB nacional. Esta labor económica fundamental debe ser reconocida, redistribuida y asumida como responsabilidad estatal. No podemos seguir sosteniendo un sistema que naturaliza la explotación de nuestro tiempo y energía.
Marchamos por servicios de salud sexual y reproductiva universales, libres de discriminación y violencia obstétrica. Las decisiones sobre nuestros cuerpos nos pertenecen y deben ser respetadas sin cuestionamientos morales o institucionales. La despenalización del aborto no es un tema de moralidad, sino de justicia social y salud pública.
Este 8M tomamos las calles no como un ritual, sino como parte de un movimiento continuo que exige transformaciones profundas en las estructuras patriarcales. Marchamos por quienes ya no pueden marchar, por quienes vendrán después de nosotras, y por la construcción colectiva de un México donde todas podamos vivir sin miedo y con dignidad.